viernes, 7 de noviembre de 2008

Esta tarde (jueves 6 de noviembre) he desmontado la exposición de los collages de Poch en la casa vieja de Oquendo, en Gros. He subido a las 11 de la mañana con una bolsa de herramientas, me he quitado el barbour, he colgado el paraguas y me he puesto manos a la obra. En cierto modo me ha recordado al desmontaje de los conciertos: los humos bajados, el aura desaparecida, el peso de la realidad con todas sus consecuencias. Y luego está el trabajo físico, la santa obra manual. En este sentido es una suerte inmensa ser lo que otros músicos millonarios en ventas quisieran : un cantante de ultratumba sin oficina de management y sin ayudantes, chóferes, ni roadies que trabajen a sueldo por tí.


Como soy un sentimental he sentido pena de hacer desaparecer los cuadros de las paredes, y en todo momento me he acordado de los días previos de septiembre, aún el verano agonizando, etc, cuando Joshemari Huarte, Carlos Inda y yo vinimos a colocar los collages.


Inda, el pintor, había tenido una noche en blanco bebiendo anís, y yo le propuse que se encargara del nivel de burbuja para enderezar los cuadros. Fue divertido hasta que se resbaló escaleras abajo. Inda es siempre genial.


¡Qué pena he sentido esta tarde! Luego la sala impone, uno anda en puntillas, sobre todo si está allí solo, sin compañía, sobre esas vigas y ese suelo de cantos, en silencio. En un momento dado he subido al piso superior a por una banqueta y he sido consciente que desde el marco dorado de un óleo de la familia del Almirante se me observaba sin pestañear.


Poch ha ido cayendo sin remisión. Los cuadros estaban pegados con cinta de doble cara y me he entretenido raspando con la espátula cada uno de ellos y las paredes asímismo. Una marca engorrosa de pegamín se empeñaba en permanecer sobre la superficie. Hubiera necesitado acetona de uñas o algo así. Luego me he propuesto arrancar los clavos de alfiler que pusimos en su momento para asegurar la fijación. Con la tenacilla que he llevado de casa los he sacado uno a uno, guardándolos en la mano izquierda hasta el último.


Mirando por última vez los collages he pensado que estaría bien enviar uno de ellos a los Siniestro Total. Poch lo hizo en un bar junto a su local de ensayo, en Galicia, allá por el 89, según reza la leyenda.

Aún no había terminado yo de irme cuando ha llegado el equipo que montará la próxima exposición en la sala. Sus grandes fotografías se han agolpado en la puerta y apenas me he dado cuenta cuando ya estaban presentándolas en los muros. Esto me ha parecido muy melancólico.

Ha muerto, por cierto, el artista Diego Letamendía, Karabillo. A los 55 años. Sólo hace ocho días estuve con él frente a San Ignacio, charlando sobre dragones y ángeles.